El Hundimiento del Indianápolis


Fue botado el 7 de noviembre de 1931 en los Astilleros New York Shipbuilding Co. Era un crucero pesado: de gran radio de acción, con una velocidad considerable y con un armamento importante, contaba con unos gigantescos cañones de 203,2 milímetros. EE.UU. fue la última potencia que construyó cruceros pesados bajo la sombra del Tratado de Washington. El cual unificó las características básicas que tenían que tener los buques con el objetivo de evitar una carrera armamentística. El resultado fue la construcción de uno de los buques más modernos de los años 30. Estados Unidos no solo ideó un navío puntero para su época, sino que aprendió a construirlos en serie. Así lo demuestra el que, al principio de la guerra, este país tuviera la friolera de 18 cruceros pesados, mientras que los británicos contaban con 15, los japoneses con 12, los franceses con 7, los italianos con 7 y los alemanes con 2. Con todo, el Indianápolis y los buques de su clase contaban con sus pequeños fallos. Para ganar velocidad, fueron ensamblados sin un grueso blindaje que solía incluirse en barcos similares, y que servía como protección adicional contra minas y torpedos.

La clase del Indianápolis era la Portland, una serie de navíos construidos al comienzo de los 30 y cuya característica principal con respecto a sus predecesores era que contaban con una mayor protección en el área de máquinas. Desplazaba 9.950 toneladas y sus dimensiones eran de 610 pies de eslora por 66 de manga. Con una dotación de 1.269 hombres. Su protección era de 3 a 4 pulgadas de espesor a babor y estribor, 2 en su primera cubierta y de 2 a 3 en las torres. El armamento del Indianápolis (y por ende, el de todos los de su clase) consistía en tres torres triples con cañones de 8 pulgadas, calibre 50. Además, contaba con ocho grupos de ametralladoras antiaéreas; tres morteros; un tubo lanzatorpedos y dos catapultas para el lanzamiento de aviones, y su maquinaria estaba formada por ocho calderas White-Foster, dos turbinas a vapor Parsons con engranajes de reducción simple; cuatro ejes de propulsión, con un poder de 107.000 SHP. Estos motores le permitían alcanzar una velocidad de 32,7 nudos.


Tras ser dado de alta en la Armada el 15 de noviembre de 1932 en el astillero de Filadelfia, el USS Indianápolis fue asignado al capitán John M. Smeallie. Sus primeros viajes se desarrollaron por la bahía de Guantánamo, el canal de Panamá y Chile. Tras un período de reparaciones, tuvo el honor de recoger al presidente Franklin D. Roosevelt de su casa de verano en Campobello Island el 1 de julio de 1933. 

A partir del 1 de Noviembre, se convirtió en el buque insignia de la fuerza de exploración de la Armada de los Estados Unidos. En mayo de 1934, de nuevo, Roosevelt se embarcó en él junto a otros tantos dignatarios con el objetivo de revisar la flota norteamericana. Dos años más tarde, el trigésimo segundo presidente volvió a subirse de nuevo a este navío, en este caso, para viajar hasta América del Sur. Aquel fue un viaje histórico que incluyó una gira por Buenos Aires, Trinidad y Montevideo. Al final, el presiente terminó seleccionando al USS Indianápolis como su nave de Estado y, siempre que podía, la elegía para que le llevara de un lado a otro. 

Así de tranquilo continuó, hasta 1940, año en que se le ordenó partir hasta la base de Pearl Harbor ante la tensión entre Estados Unidos y Japón. Para entonces había sido equipado con la mejor tecnología de la época. 

Con el paso de los meses la tensión siguió creciendo entre los Estados Unidos y Japón. La situación alcanzó su punto álgido allá por diciembre de 1941, cuando el país del sol naciente tomó la decisión de armar sus cazas Zero y sus bombarderos B5N y D3A para acabar –el día 7- con la flota norteamericana amarrada en la bahía de Pearl Harbor. El ataque resultante fue brutal y terminó con casi 4.000 bajas estadounidenses y 4 cruceros hundidos. Por suerte para sus tripulantes, el USS Indianápolis, que debería haber estado en el puerto, recibió la orden apenas dos jornadas antes del asalto de dirigirse hasta la isla Johnson con el objetivo de llevar a cabo un ejercicio rutinario. Esta extraña casualidad aviva la teoría de que los norteamericanos sabían que el ataque japonés se iba a producir y que no hicieron nada para evitarlo salvo sacar del puerto a sus barcos más modernos y mejor preparados. 

Después del ataque, la flota norteamericana se fue desplazando hasta el Pacífico para ir arrebatando, isla tras isla, sus territorios a los japoneses. En esa ofensiva participó activamente el USS Indianápolis. Su participación en la contienda fue un éxito. Aunque todo cambiaría cuando, tras asegurar Iwo Jima, se planteó el ataque de Okinawa. Esta isla fue seleccionada por su tamaño y proximidad a Japón. Se pretendía que las fuerzas estadounidenses la utilizaran como base militar para asaltar al propio Japón. Pero para conquistarla lo primero era, bombardear hasta la saciedad el territorio para allanar el camino a los infantes. Y en esa misión entraba el USS Indianápolis, buque al que se le ordenó el 14 de marzo de 1945 partir hacia sus proximidades. Así fue como este navío comenzó a hacer retumbar sus gigantescos cañones sobre Okinawa durante siete días. A la vez que hacía que menguasen los aviones japoneses que defendían la zona, ya que durante este período derribó seis aviones y ayudó a acabar con otros dos.


No andaban mal las cosas para el USS Indianápolis frente a Okinawa. Hasta que un piloto japonés decidió que el Emperador y el Japón eran más importantes que su vida y, en la mañana del 31 de marzo de 1945, se lanzó contra el navío de forma kamikaze. En principio no parecía que hubiese causado grandes daños, pero lo cierto es que logró matar a 9 marineros y herir a otros 26. A nivel estructural, durante el impacto en una de las cubiertas de babor, provocó dos agujeros en el casco a través de los que se inundaron varios compartimentos estancos, generó una pequeña explosión e inutilizó la máquina ideada para destilar el agua y una serie de tanques de combustible. Tuvo que ser llevado a dique seco, en Nueva Caledonia, y someterlo a reparaciones, de las que salió a finales de abril de ese mismo año.

Mientras tanto se decidió que los días de combatir en el Pacífico se habían acabado para el USS Indianápolis. Su nuevo destino sería mucho más secreto e importante: llevaría las piezas más grandes de una de las dos bombas atómicas desde San Francisco, hasta la isla de Tiniam (en las Marianas). La misión era de vital importancia, de este navío dependía que las diferentes partes pudiesen ensamblarse y, posteriormente, se arrojasen sobre Japón para poner fin a la guerra.

Capitan del I-58 

Tras terminar su paso por dique seco, el oficial al mando del USS Indianápolis, el capitán de navío Charles Butler McVay III, hijo de un almirante que había combatido contra España y en la I Guerra Mundial, se dirigió a San Francisco. Su valiosa carga fue subida al bordo el 16 de julio de 1945. Las piezas fueron en dos hangares de la nave, en ellos estaban los corazones de las bombas. El uranio 235 estaba sellado dentro de un contenedor de metal forrado de plomo. Tras terminar los preparativos, el USS Indianápolis, sin escolta para no llamar la atención, comenzó su viaje. Ese mismo día el capitán de corbeta Mochitsura Hashimoto, recibió órdenes de empezar a patrullar las aguas situadas al este de Filipinas para destruir a cualquier buque occidental, que se pusiera frente al periscopio de su submarino, el I-58. El I-58 era un sumergible relativamente nuevo. Su quilla fue colocada en el Astillero Naval Yokosuka el 26 de diciembre de 1942, era uno de los pocos submarinos japoneses que patrullaban la zona, ya que la gran mayoría habían sido hundidos por las patrullas estadounidenses. El 26 de junio el USS Indianápolis llegó a la isla y dejó su fatídica y secreta carga en su destino. Ese mismo día recibió órdenes de dirigirse a Leyte para reunirse con el USS Idaho y llevar a cabo un ejercicio de rutina. El objetivo era foguear a la tripulación y prepararse para una posible invasión de Japón. McVay solicitó una escolta de destructores, pues temía que los submarinos japoneses pudiesen rondar por la zona. La respuesta fue negativa. Eran poco mas de las 23:00 horas del lunes 29 de julio cuando el oficial navegante del I-58 llamó a su capitán para darle noticias: un destructor se acercaba por babor. La respuesta fue inmediata… ¡Zafarrancho de combate. Inmersión!

Pocos minutos después, Hashimoto asió el periscopio y escudriñó en la noche para ver si su invitado había acudido a la cita. Y vaya que sí. Su nuevo amigo era un buque con el siguiente nombre en el casco: USS Indianápolis. Se encontraba a 4.400 yardas. La ocasión para el I-58 era irrepetible, ordenó cargar los tubos delanteros, cuando la proa del USS Indianápolis estaba a 60º grados a estribor del submarino, Hashimoto ordenó disparar sus seis torpedos con un intervalo de 2 segundos y prefijados a una profundidad de 4 metros. 

El primer impacto dio ligeramente a proa de la torre número 1, el segundo justo en ésta y el tercero, entre el puente y la torre número 2. El quejido del casco de aquel gigante se oyó en toda la zona, se escoró a estribor y empezó a hundirse por la proa mientras sus marinos se arrojaban al agua. Mientras el USS Indianápolis era ingerido por un mar ávido de buques, a Hashimoto le dio tiempo para levantar el periscopio, ver aquel desastre, e iniciar la marcha hacia el Norte. El combate había acabado para él.

Para los 1197 estadounidenses que había en su interior la lucha acababa de empezar, contra los elementos, el agua… y los tiburones. En menos de quince minutos, el barco fue engullido por las aguas, dos terceras partes de sus tripulantes tuvieron tiempo de arrojarse al agua o, los más afortunados, subirse a los escasos botes que habían podido rescatarse a tiempo, puesto que las lanchas salvavidas se habían hundido con el barco. En total fueron unos 800 marineros los que sobrevivieron al ataque.


Supervivientes 

Después del hundimiento comenzó una nueva pesadilla para los supervivientes que cayeron al agua. Con el amanecer de un nuevo día, empezaron a llegar decenas de tiburones tigre y azules. Aquel primer día decenas fueron comida para los peces. Aquellos hombres todavía tenían una esperanza: el que el USS Idaho se hubiese percatado de que el USS Indianápolis no había llegado hasta la zona para llevar a cabo los ejercicios pertinentes y no tardarían en ser rescatados. Sin embargo dicho crucero pesado no había recibido el mensaje que -enviado varias jornadas antes- le informaba de la llegada del navío favorito de Roosevelt. Un terrible fallo en la mensajería.

La mala suerte hizo que se produjese otro error fatal: la Armada norteamericana no tenía ninguna noticia del hundimiento del USS Indianápolis. Las distintas secciones encargadas de hacer el seguimiento de los buques creyeron que era otra la que debía hacerse cargo del USS Indianápolis, por lo que nadie echó en falta las emisiones procedentes de su equipo de radio. No se inició ninguna misión de rescate. 

Tras caer al agua, los supervivientes pasaron un total de cinco días y otras tantas noches en el mar. Unas aguas, por cierto, en las que casi se cocían de calor durante el día, y se congelaban por la noche. Con el paso de las horas, el hambre y la sed también empezaron a destrozar la moral de nuestros protagonistas. Los más fuertes lograron resistir la falta de agua. Sin embargo, no fueron pocos los que desesperaron y acabaron cometiendo un error que les costaría la vida: bebieron agua salda y, durante un tiempo, les fue bien. Esa sensación no les duraría mucho, ya que ese líquido hizo que la deshidratación aumentara. A todo esto se sumaba la perpetua presencia de los tiburones a su alrededor, se alimentaban por la noche.

Tras varios días, los supervivientes fueron vistos el día 2 de agosto (aproximadamente a las diez y media de la mañana) por un avión pilotado por Wilbur Gwin y Warren Colwell. A sabiendas de que no podrían amerizar, se limitaron a lanzar algunos víveres a los náufragos y una lancha de goma antes de dar media vuelta para informar de lo ocurrido.

Posteriormente llegó a la zona el hidroavión del teniente Adrian Marks, quien comunicó a un destructor cercano lo sucedido. A partir de ese momento el rescate fue sumamente rápido, participando cinco navíos. Pero era demasiado tarde para muchos. Cuando llegaron, solo pudieron rescatar a 316 marineros. Había muerto el 75% de la tripulación. Y una buena parte de ellos, por culpa de tiburones. 


Supervivientes llegando a Guam 

Al hacer recuento de los supervivientes, los médicos se encontraron con el capitán McVay, quien tuvo la suerte de poder escapar a aquella tragedia. Después de recuperarse, fue juzgado por cometer varios errores. El primero de ellos fue no haber navegado en zigzag durante la noche. En el juicio llegó a participar Hashimoto quien declaró que, navegara como hubiese navegado el navío, él lo hubiese destruido. El capitán también fue acusado de no organizar como debía la evacuación del buque. Algo que se contrarrestó afirmando que el hundimiento había sido tan rápido, que había sido imposible llevarlo a cabo de forma adecuada. Al final, McVay fue readmitido en el servicio y ascendido a contralmirante, aunque aquello significó su ataúd militar. Se retiró en 1949.


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