Manuel Azaña Díaz. 137º Presidente en 1931, 138º en 1931-1933, 139º en 1933, 152º en 1936 y 153º en 1936; 2º Presidente Segunda República Española en 1936-1939.

Segundo Presidente de la Segunda República Española durante el periodo Constituyente, desde el 14 de octubre al 11 de diciembre de 1931.
Segundo Presidente de la Segunda República Española (1931-1977), desde el 11 de mayo de 1936 al 3 de marzo de 1939.
Durante la Presidencia de Alcalá-Zamora (1931-1936), primer Presidente desde el 16 de diciembre de 1931 al 12 de junio de 1933; segundo desde el 12 de junio al 12 de septiembre de 1933; quinto desde el 19 de febrero al 7 de abril de 1936.
Durante la Presidencia interina de Diego Martínez Barrio (1936), primer Presidente desde el 7 de abril al 10 de mayo de 1936.


Nacido en Alcalá de Henares, Madrid, el 10 de enero de 1880, y muerto en Montauban, Francia, el 3 de noviembre de 1940. Procedente de una familia liberal, Azaña estudió derecho en Zaragoza y Madrid, doctorándose con una tesis sobre La responsabilidad de las multitudes; entró por oposición en la función pública en 1910; y completó su formación con una beca de la Junta para Ampliación de Estudios en París en 1911-12. Su actividad intelectual le llevó a la secretaría del Ateneo de Madrid, puesto que ocupó entre 1913 y 1920; su interés por los asuntos militares se inició al ser comisionado por el Ateneo para visitar los frentes de la Primera Guerra Mundial en Francia e Italia en 1916.

    En 1913 ingresó en el Partido Reformista de Melquiades Álvarez y participó con Ortega y Gasset en la fundación de la Liga de Educación Política; en 1918 fundó la Unión Democrática Española; pero fracasó en sucesivos intentos de ser elegido diputado en las Cortes de la Restauración, en el periodo de 1918 a 1923. Se apartó temporalmente de la política para dedicarse al periodismo, primero como corresponsal en París, luego al frente de La Pluma y finalmente como director de la revista España.

    Bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera abandonó el Partido Reformista y se declaró partidario de la República, fundando Acción Republicana en 1925; al mismo tiempo crecía su prestigio intelectual, con la publicación de obras como El jardín de los frailes o Ensayos sobre Valera. En 1930 accedió a la presidencia del Ateneo y, ya como figura de alcance nacional, participó en el Pacto de San Sebastián para derrocar a la monarquía.

    Al proclamarse la República española el 14 de abril de 1931, Azaña se integró en el gobierno provisional como ministro de la Guerra. Participó activamente en las Cortes constituyentes. Y asumió la Presidencia del Consejo de Ministros cuando las discrepancias sobre las relaciones Iglesia-Estado llevaron a Niceto Alcalá-Zamora a abandonar el gabinete.

    Como jefe de un gobierno formado por socialistas y republicanos de izquierdas, Manuel Azaña impulsó un amplio programa de reformas: secularizó la vida pública: legalizando el matrimonio civil y el divorcio; reformó el ejército; puso en marcha una reforma agraria; y concedió la autonomía a Cataluña. Todo ello le enfrentó con las fuerzas conservadoras, pero no fue suficiente para asegurarle el apoyo del movimiento obrero, en un momento en que la depresión económica mundial agudizaba las dificultades. Desprestigiado por la represión armada de un levantamiento campesino en Casas Viejas, hubo de dimitir y perdió las elecciones de 1933, que dieron el gobierno a la derecha.

    En 1934 fusionó su partido con los radicales de Marcelino Domingo, formando Izquierda Republicana en 1934, partido con el cual realizó una efectiva campaña de oposición al gobierno. La ascensión de José María Gil Robles al poder, interpretada como el triunfo del fascismo en España, le llevó a participar primero en la fracasada Revolución de Octubre de 1934 (por lo que pasó algún tiempo en prisión) y a integrarse después en un Frente Popular con todas las fuerzas de izquierdas. El triunfo de dicha formación en las elecciones de febrero de 1936 devolvió a Manuel Azaña a la jefatura del gobierno.

    El 30 de abril fue elegido candidato único a la Presidencia de la República por los partidos que formaban el Frente Popular, tras la destitución de Alcalá-Zamora, cuyo partido había sufrido un descalabro en las elecciones, fue elegido presidente de la República el 10 de mayo de 1936 con 754 votos de los 874 diputados, jurando el cargo al día siguiente.

    Con el trasfondo de una conspiración militar y una movilización obrera y campesina, Azaña encargó la presidencia del gobierno a Santiago Casares Quiroga, que formó uno exclusivamente republicano, no haciendo mucho caso de lo que se estaba fraguando.​ Así, al producirse el golpe de Estado, el gobierno se hundió inmediatamente. Casares Quiroga dimitió la tarde del 18 de julio y Azaña, desde el Palacio Nacional, encargó al Presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, que formase un gobierno que incorporase a elementos de la derecha y que no incorporase a comunistas. Sin embargo, el PSOE, por boca de Indalecio Prieto, pero siguiendo la estrategia de Largo Caballero, se negó a participar en tal gobierno. Con todo, el 19 por la mañana tenía formado un gobierno con miembros de Izquierda Republicana, Unión Republicana y el Partido Nacional Republicano.

    Martínez Barrio llegó a hablar con algunos de los generales sublevados, pero no hubo vuelta atrás. Tanto socialistas como anarquistas y comunistas, rechazaron también cualquier tipo de vuelta atrás y reclamaron las armas para hacer frente a la sublevación, negándose a reconocer al nuevo gobierno. Martínez Barrio dimitió el mismo día 19. Azaña reunió, entonces, a los partidos con el objeto de buscar una solución. Largo Caballero supeditó la participación socialista al reparto de armas a los sindicatos y a la licenciación de todos los soldados. Azaña encargó entonces la formación del gobierno a José Giral, que formó uno exclusivamente republicano y que asumió el reparto de armas. El 23 de julio Azaña dirigió por radio una alocución al país en la que animó y agradeció su esfuerzo a los que defendían la República, reivindicando su legitimidad y condenando a sus agresores.

    A principios de agosto, al saber que Francia y Gran Bretaña no iban a apoyar a la República, Azaña se convenció de que no habría forma de ganar la guerra. El 22 de agosto la cárcel Modelo de Madrid fue asaltada por una multitud y resultaron asesinados varios amigos personales de Azaña, entre ellos Melquíades A resultas, al día siguiente se planteó dimitir, aunque Ángel Ossorio y Gallardo le ayudó finalmente a reconsiderar su intención. Por lo demás, un nuevo problema se hizo visible en España: la indisciplina, la fragmentación del poder y las ansias de revancha.

    El desorden generalizado provocó que, a principios de septiembre, José Giral dimitiese y con él todo el gobierno. Giral recomendó un gobierno que considerara al sindicalismo; Azaña, aún considerando a los sindicatos los responsables del caos, terminó por aceptar al líder de la UGT, Largo Caballero, como presidente del gobierno. El nuevo gobierno de coalición estaba formado por socialistas, republicanos, comunistas y un miembro del PNV.

    Ante la proximidad del ejército de Franco a Madrid, el gobierno decidió que Azaña se trasladase a Barcelona. A finales de octubre, estableció su residencia y despacho en el Palacio de la Ciudadela. Desde allí intentó, a través de los embajadores en Inglaterra y Bélgica, que se mediase ante los británicos para conseguir el final de la guerra y que así los españoles pudiesen decidir su futuro pacíficamente. Sin embargo, el ambiente favorable al levantamiento en ambos países dio al traste con el intento. El 2 de noviembre Azaña cambió su residencia al monasterio de Montserrat. Allí recibió la noticia de que Largo Caballero había concedido cuatro ministerios a la CNT, en parte gracias a un malentendido entre Azaña y Giral, que había mediado en el asunto. Azaña se molestó, y le expuso al presidente su oposición a la presencia de ministros de la FAI, pero nada cambió.

    Azaña vivió durante meses entre Montserrat y Barcelona, y al margen del Gobierno republicano. Finalmente, en diciembre del 36, Ángel Ossorio lo animó a acercarse a Valencia, a lo que Azaña accedió. En enero de 1937 pronunció un discurso en el Ayuntamiento de Valencia en el que destacó que, aunque la guerra era, en su origen, un problema interno, por la presencia de fuerzas de distintos países se había convertido en un problema internacional. Insistió en sus gestiones para que un cese de hostilidades facilitase la salida de las potencias extranjeras de España y, de paso, un restablecimiento de relaciones entre las partes en conflicto para, finalmente, llegar a un referéndum que aclarase el futuro.

    De vuelta a Barcelona, aunque hizo frecuentes visitas a Valencia, donde tenía su sede el gobierno. Pensó en un plan, que consistía en el bloqueo de armas y de contingentes, y el reembarco de los combatientes extranjeros con una suspensión de armas, para la que sería necesaria la intervención del Reino Unido y de Francia; no recibió la atención necesaria por parte del gobierno y finalmente quedó en nada. A principios de febrero de 1937 tenía también en mente que la única forma de reconducir la situación era conseguir sacar del gobierno a los sindicatos y dejarlo en una coalición de comunistas, socialistas y republicanos. Stalin se quejó de que la guerra no se tomaba en serio y que no había disciplina militar. La insurrección anarquista en Barcelona de mayo recrudeció la separación entre Azaña y Largo Caballero, manteniéndose pasivo, hasta el punto de que Azaña pensó otra vez en dimitir. Azaña, con todo, siguió, y posteriormente manejó una nueva crisis de gobierno con vistas a conseguir que Largo Caballero abandonase la presidencia del gobierno, lo que conseguiría gracias a la presión conjunta de socialistas y comunistas, y la aquiescencia de republicanos.

    Se esperaba que el sustituto fuese Indalecio Prieto, pero Azaña optó por Juan Negrín. La razón decisiva fue entender que Negrín era el político más adecuado para intentar, una salida a la guerra a través de la mediación internacional, que en el momento del cambio de presidente, mayo de 1937, tenían mejores perspectivas que en ocasiones anteriores. ​Por esas fechas, Azaña se instaló en La Pobleta, una finca cerca de Valencia, donde inició lo que más tarde denominaría el Cuaderno de La Pobleta. Memorias políticas y de guerra, donde registró multitud de conversaciones con distintas personalidades del momento.

    En un nuevo discurso pronunciado el 18 de julio, volvió a criticar abiertamente la pasividad de Gran Bretaña y Francia en relación a la guerra en España. En diciembre se trasladó otra vez a Cataluña, cerca de Tarrasa, en la finca La Barata. Insistió en el armisticio, pero ahora tanto el comité central del Partido Comunista como Franco expresaron su rechazo al mismo; por lo demás, el gobierno de Negrín tampoco parecía aceptar esa posibilidad. Tras la ofensiva de Teruel, Franco llegó al Mediterráneo en abril de 1938. Azaña se reafirmó en la imposibilidad de ganar la guerra y que, cualquier esfuerzo en conseguir el triunfo militar estaba condenado al fracaso.

    A finales de febrero de 1938 había expuesto con claridad al embajador de Francia la necesidad de acabar con la guerra de inmediato. Propuso que Francia y Gran Bretaña se hiciesen con las bases navales de Cartagena y Mahón para equilibrar las que tenía el ejército de Franco en Ceuta, Málaga y Palma; a cambio de la paz en España. El corte de comunicaciones entre Barcelona y Valencia puso en un aprieto al gobierno, y Negrín hubo de pedir ayuda directamente a Francia el 8 de marzo. La situación empeoró en España y volvió con una propuesta de mediación del gobierno francés. El gobierno de Negrín no consiguió ponerse de acuerdo, en parte porque el propio Negrín, estaba convencido de la victoria, y fue rechazada el 26 de marzo. Azaña pensó en sustituir a Negrín al frente del gobierno. A primeros de abril, Azaña convocó al gobierno con la esperanza de poder salir de la misma con Negrín destituido, pero no fue posible. Su posición quedó, en fin, debilitada, hasta el punto de que Prieto hubo de convencerle de que no dimitiese.

    Su desilusión era tan grande que a mediados de ese mismo mes envió un giro por valor de un millón de francos franceses a Cipriano de Rivas para ir preparando el destierro de su familia en Francia. Para el primero de mayo se presentó una declaración de trece puntos firmada por el Gobierno de la unión nacional en la que se subrayaba como objetivos, entre otros, defender la independencia de España de toda potencia extranjera y establecer una República democrática.

    El 18 de julio de 1938, en el edificio de las Casas Consistoriales de Barcelona, pronunció un célebre discurso en el que instaba a la reconciliación entre los dos bandos, bajo el lema Paz, piedad y perdón.

    A finales de ese mes, tuvo una conversación con John Leche, encargado de negocios británico, en la que ofreció la cabeza de Negrín y la salida de los comunistas del gobierno a cambio de una intervención británica imponiendo la suspensión de armas. La respuesta británica fue la de que su política era la no intervención. La derrota en la batalla del Ebro precipitó los acontecimientos, en enero de 1939 recibió un aviso del general Hernández Saravia en el que le pedía que se marchase de España. El 21 abandonó Tarrasa junto con su familia, y se dirigió a Llavaneras y después al castillo de Perelada, adonde llegó el 24. Allí se enteraron de que Barcelona había sido tomada por el ejército de Franco. El 28 recibió la visita de Negrín y del general Rojo, el jefe del Estado Mayor, quien presentó un informe que planteaba un plan de rendición y un trasvase de poderes entre militares. Azaña le pidió a Negrín, que parecía estar de acuerdo, que reuniese al gobierno para tomar una decisión, sin embargo, dos días después regresó, comunicando a Azaña que su idea era seguir resistiendo hasta el final.

    Una vez que el gobierno francés abrió paso a civiles y militares por la frontera, entre el 28 de enero y el 5 de febrero, Azaña, su familia se dirigieron hacia ella. Se desviaron de la carretera principal hacia La Bajol y allí se reunió con Jules Henry el 4 de febrero para comunicarle que no estaba de acuerdo con la decisión de Negrín de continuar la resistencia; insistió, una vez más, en la necesidad de que Francia e Inglaterra, con el apoyo de Estados Unidos, interviniesen en el final, presentando un plan de paz a Franco que, facilitase el trato humanitario a los vencidos, incluidos los dirigentes políticos y militares de la República. Negrín no aceptó porque, aparte de su insistencia en continuar la guerra, entendía que Franco no aceptaría nunca ese tipo de paz. Ese mismo día, Negrín le comunicó que era decisión del gobierno que Azaña se refugiase en la embajada de España en París hasta poder organizar su regreso a Madrid. Azaña dejó claro que, tras la guerra, no había vuelta posible a España.

    El 5 de febrero reanudaron el viaje, atravesaron la frontera por el puesto de aduana; iban, entre otros, Azaña, su esposa, Negrín, José Giral, Cipriano de Rivas y Santos Martínez. Desde Les Illes viajaron a Collonges-sous-Salève, adonde llegaron el día 6 de febrero para instalarse en La Prasle, una casa que su cuñado, Cipriano de Rivas Cherif, y mujer, Carmen Ibáñez Gallardo, habían alquilado el verano del 38. Desde allí, le confirmó al embajador en Francia, Marcelino Pascua, que llegaría el día 8 a París, donde estaría varios días.


    El 12 le presentó su renuncia el general Rojo y el 18 Negrín le envió un telegrama instándole a que, como presidente, debía volver a España. Azaña, sin embargo, tenía claro que no iba a volver, regresó a Collonges el 27 de febrero, dos días después de que se diese el visto bueno al establecimiento de relaciones diplomáticas con España y desde allí envió la carta de dimisión al presidente de las Cortes. El 31 de marzo, en una reunión de la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados en ParísNegrín criticó duramente la decisión de Azaña de no volver a España, calificándolo de traidor, palabras que fueron respaldadas por Dolores Ibárruri.

    Aislado, pues, de lo político, se centró en su labor intelectual y publicó una versión retocada de los diarios de 1937 con el título de Memorias políticas y de guerra. Los cuadernos de La Pobleta y su obra dialogada La velada en Benicarló. Empezó una serie de artículos sobre la guerra en la revista The World Review, en su primer artículo, Azaña insistió en dos de sus ideas: en responsabilizar a la política franco-británica del descalabro de la República, responsables también, por omisión, de la intromisión de la Unión Soviética en España; y en la necesidad que había de resistir no para vencer, como quería Negrín, sino para obligar al enemigo a terminar negociando.

    Entre abril y diciembre de 1939, la presión del nuevo embajador de España en Francia, José Félix de Lequerica, terminó por causar sus efectos, se decidió aplicar a Azaña la ley de 9 de febrero de responsabilidades políticas, para lo cual el juez instructor hubo de recabar diversos informes. En estos informes se expone por primera vez la visión que de Manuel Azaña quiso popularizar el nuevo régimen: enemigo del ejército, la religión y la patria, pervertido sexual, masón y marxista.​ La consecuencia del auto fue el embargo de todos sus bienes y una multa de cien millones de pesetas.

    Azaña permaneció en Collonges hasta el 2 de noviembre, cuando se tuvo que mudar a Pyla-sur-Mer, cerca de Burdeos, instalándose en la villa L'Éden con su mujer y cuñados, entre otros. A principios de enero de 1940, una gripe mal curada. Los médicos descubrieron una gravísima afección aórtica con considerable dilatación del corazón y varios problemas en el sistema cardíaco. Pasaba las horas sentado día y noche en un sillón de orejas, sufriendo espasmos y continuos ataques de tos, escupiendo sangre, sin poder hablar, sin fuerza para llevarse nada a la boca, sin sueño, sin dormir, lleno de alucinaciones, descansando gracias a buenas dosis de calmantes que no suprimían un permanente estado de nerviosismo e inquietud.

    Ya mejorado, recibió a principios de junio a Miguel Maura, quien le propuso reconocer al gobierno de Franco a cambio de una amnistía general. Azaña consintió, pero expresó también sus dudas acerca de que Franco accediese a algo así. Finalmente, la propuesta no llegó a plantearse. En las semanas siguientes, la presión del nuevo régimen provocó los primeros movimientos para que los exiliados buscasen la salida hacia México. El 19 de junio Negrín invitó a Azaña y a su cuñado a ocupar dos asientos libres en un barco hacia México. Su estado de salud impidió a Azaña aceptarlo.

    El 25 de junio, acompañado de su mujer, del doctor Felipe Gómez-Pallete y Antonio Lot, fue trasladado a Montauban en ambulancia a la zona libre francesa, para escapar de los alemanes. Allí se instaló en un pequeño piso del doctor Cave, que había sido alquilado como refugio de exiliados españoles. Con media Francia ocupada por el ejército alemán y otra media bajo administración del gobierno de Pétain, el 10 de julio fue detenida por la Gestapo, ayudada de miembros de Falange, toda su familia y allegados que se habían quedado en Pyla-sur-Mer, siendo deportados inmediatamente.

    Azaña sufrió un amago de ataque cerebral. El 20 de julio se difundió una orden por la que se disponía que se le negase el visado de salida de Francia a los antiguos dirigentes republicanos españoles. La llegada a Montauban de un grupo de falangistas puso sobre alerta al grupo de Azaña; el embajador de México, Luis I. Rodríguez alquiló unas habitaciones en el Hotel du Midi, adonde fue trasladado Azaña el 15 de septiembre.

    El día 16 sufrió un grave infarto cerebral, un mes después, parecía estar bastante recuperado, hasta el punto de que el obispo de Montauban, Pierre-Marie Théas, se acercó hasta el hotel para conocerlo. Con todo, a finales de octubre sufrió una nueva recaída de la que ya no se podría recuperar: pasadas las diez de la noche del día 3 de noviembre, viéndole morir, Dolores de Rivas encargó a Antonio Lot que llamara a Saravia. Y así a las doce menos cuarto de la noche, rodeaban a Manuel Azaña, su mujer, Dolores de Rivas Cherif, el general Juan Hernández Saravia, el pintor Francisco Galicia, el mayordomo Antonio Lot, el obispo Pierre-Marie Théas y la monja Ignace. El entierro tuvo lugar el día 5. Sus restos fueron depositados en el cementerio de Montauban

    El mariscal Pétain prohibió que se le enterrara con honores de Jefe de Estado: solo accedió a que fuera cubierto su féretro con la bandera española, a condición de que ésta fuera la bicolor rojigualda tradicional y de ninguna manera la bandera republicana tricolor. El embajador de México decidió entonces que fuera enterrado cubierto con la bandera mexicana. Según explica en sus memorias, Rodríguez le dijo al prefecto francés: “Lo cubrirá con orgullo la bandera de México- Para nosotros será un privilegio, para los republicanos una esperanza, y para ustedes, una dolorosa lección”.

    El 28 de noviembre de 2011 el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, presidió el acto de colocación de un busto de Azaña en el vestíbulo del edificio de las Cortes, justo detrás de la puerta de los leones, y enfrente de una estatua de Isabel II. “Se trata de un gesto de reconciliación que incluye el claro simbolismo de que en el salón más noble del Parlamento figuren una reina de España y un presidente de la República”, afirmó José Bono.

    Pero tras las elecciones de noviembre de 2011 que ganó el Partido Popular con mayoría absoluta, el nuevo presidente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada, gracias al apoyo de su propio partido, el Partido Popular, y de CiU y el PSOE, decidió en mayo de 2012 trasladar el busto de Azaña al otro lado de la Carrera de San Jerónimo en la tercera ampliación del Congreso, concretamente en el patio de operaciones, sin ningún carácter institucional ni simbólico, a pesar de las protestas de la contemporánea Izquierda Republicana, donante del busto, y de Izquierda Unida, cuyo portavoz Gaspar Llamazares declaró que ni siquiera se les había informado del traslado. Celia Villalobos, diputada del PP y vicepresidenta del Congreso de los Diputados, consultó a los diferentes grupos políticos la disposición del cambió, mostrándose la cámara mayoritariamente favorable al traslado. Finalmente el busto fue de nuevo movido dentro del congreso y puesto junto al expresidente republicano Niceto Alcalá-Zamora.



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